Hay momentos en la vida en que necesitamos un espacio donde parar y revisar un poco los procesos mentales en los que nos encontramos. Un espacio en el que, con la compañía de otro más experto, podamos sentirnos suficientemente seguros para abrir esas cuestiones que nos preocupan y nos afectan sabiendo que serán escuchadas con interés y aceptación.
Llega un momento en la vida en que necesitamos dedicarnos un tiempo para analizar lo que ha sido nuestra trayectoria vital hasta ese aquí y poder reorganizar nuestras ideas, recuperar nuestros anhelos, y redirigir nuestros deseos. Un tiempo en el que poder expresar nuestros miedos, reconocer nuestras dificultades y atender nuestras frustraciones; con la confianza de que ni se van a asustar al escucharlos, ni vamos a ser enjuiciados por lo que mostramos.
A veces en la vida es necesario contar con una persona que, ajena a nuestros vínculos familiares y de amistad, nos pueda ofrecer un punto de vista novedoso, distinto, tan personal como el nuestro, pero simplemente diferente, implicado exclusivamente en “la relación yo – tu”, arriesgado en ocasiones, alejado de los convencionalismos sociales, y de las pautas de lo políticamente correcto, aunque siempre respetuoso con nosotros y con nuestras decisiones y circunstancias.

A veces en la vida llega un momento en que nos damos cuenta de que “no podemos solos”, mejor dicho de que “no tenemos que poder solos”, como si fuésemos “supermanes” emocionales. Momentos en que seamos capaces de asumir que no hay ninguna necesidad de seguir agarrados a la fantasía de esa pretendía omnipotencia que a veces tanto daño hace.
Momentos en que podemos decidir abrirnos a recibir ayuda u orientación para afrontar las situaciones vitales que nos generan sufrimiento. Estas pueden ser crisis profesionales o vocacionales, dificultades en la pareja, necesidades de cambio en las relaciones o roles familiares, ya sean en la familia de origen (revisando las relaciones con Padre, Madre, Hermanos, etc.) como en la familia actual (sea con marido/esposa, con hijos o unipersonales), pasando por crisis personales (revisando los procesos internos y mecanismos habituales que nos han llevado a una situación de vida poco satisfactoria) o crisis de fe (donde parece que los pilares en los que hicimos reposar nuestra vida e identidad se tambalean irremediablemente angustiándonos, paralizándonos o impidiéndonos vivir con plenitud).
Hay momentos en la vida en los que algún acontecimiento nos sacude con violencia, o en los que el el estrés diario nos ahoga y las responsabilidades nos pesan más de lo habitual, convirtiéndose en obligaciones que nos irritan. Son momentos en los que la angustia vital sube, a veces hasta niveles difícilmente sostenibles. Momentos en los que la sensación de infelicidad o de insatisfacción nos envuelve con demasiada frecuencia y nos restan alegría. Hay momentos en los que vivimos situaciones vitales que nos arrastran hacia abajo y nos acercan peligrosamente a los límites de “estados depresivos”.
Estoy convencido de que la mayoría de las personas pueden resonar con alguna de estas situaciones o con varias a la vez, por eso mi intención en este artículo es ofrecer una posible vía de salida desmontando algunos estigmas que pesan sobre la idea de “estar en terapia” que en algunas ocasiones puede ser visto como algo asociado a la enfermedad mental severa o a la incapacitación que producen los trastornos psiquiátricos.
A veces iniciar un “proceso terapéutico” puede evitar que la persona llegue a esos limites y ayudar a recuperar la vitalidad.
La Terapia Gestalt, forma parte de la rama Humanista de la Psicología y es de las primeras escuelas de psicoterapia que enfocan al individuo de manera holística (como “un todo” en el que hemos de atender no sólo a la mente sino también al cuerpo y a las emociones).
Esta forma de psicoterapia no está reservada exclusivamente para los casos clínicos y “enfermos con patologías psiquiatritas” sino que abre su ámbito de sanación a cualquier persona (neuróticos de a pie en sus distintos grados como somos todos, gracias a que si no… estaríamos en el otro grupo antes mencionado) y gracias a ello se populariza y se convierte en una forma de abordar todos esos estados de insatisfacción que antes nombrábamos y que forman parte en, alguna etapa, de la vida cotidiana del “común de los mortales”.
Poniendo a disposición las técnicas que en la Terapia Gestalt manejamos y la base filosófica sobre la que se asienta, durante el proceso terapéutico contribuimos a que cada vez más personas alcancen mayores grados de satisfacción personal y logren vivir en plenitud en sus vidas.
Uno de los principales compromisos del terapeuta estático, junto con el de su presencia y honestidad, es acompañar a la persona a que tome conciencia, a que llegue a un “darse cuenta organísmico”.
“Que la persona se de cuenta en lo profundo de cuales son sus procesos mentales, físicos y emocionales con los que se interrumpe para no lograr la plena satisfacción de sus necesidades, que pueda ver las repercusiones negativas de sus decisiones/actuaciones inconscientes, de modo que pueda aprender maneras más satisfactorias de resolver los conflictos que surgen normalmente en el ciclo contacto – retirada y en cualquier relación personal, familiar, social, laboral, etc. y fundamentalmente consigo misma”
También se conoce a la Gestalt como una “terapia de contacto” ya que toda su filosofía y sus técnicas necesitan, buscan y fomentan el “verdadero contacto consigo mismo” y “también en el yo – tú” que es algo se pretende poco a poco lograr entre el terapeuta y la persona que se viene a consulta. Confiando en un aprendizaje casi por contagio, por osmosis, que se da de manera natural cuando el contacto es honesto y claro, que lleva a la persona a un estado de mayor presencia y verdad.
El terapeuta gestáltico pretende no juzgar ni interpretar, sino ayudar a tomar conciencia en el “aquí y ahora” de lo que está sucediendo en el nivel más profundo. De ese modo, la persona que acude a las sesiones puede ir responsabilizándose de todos los aspectos de su vida y avanzar con más confianza, fortaleza y seguridad por el camino que elija.
Por tanto este tipo de terapia psico-emocional, la gestáltica, es una oportunidad para poner claridad en la vida y unificar todas las voces internas que discuten entre sí. El objetivo es tratar de llegar a acuerdos entre esas partes internas (o al menos que sean escuchadas/atendidas) y encontrar el equilibrio.
Descubrir cuáles son las verdaderas necesidades del momento y contactar con las carencias principales es saludable, aunque en ocasiones puede resultar doloroso. Ya que, normalmente, se nos caen muchas de las justificaciones en las que nos escondíamos para no asumir nuestras verdaderas capacidades, a pesar de que dichos mecanismos justificativos sean, paradójicamente, los que nos hayan conducido a los estados que empecé citando en este artículo.
De modo que es muy importante que esta experiencia se de en un entorno seguro, protegido, donde poder transitar el dolor y la tristeza, la rabia o la frustración. Que se de bajo una mirada terapéutica, de respeto, de acompañamiento sereno. Por lo que cada sesión supone entrar en un espacio de apoyo, confianza, respeto, empatía y sinceridad que ayuda a aceptar aquello que causa dolor, a liberar las emociones más profundas y recuperar el bienestar.
Al conectar con lo más genuino de sí misma, la persona llega a poner en marcha sus propios recursos, de forma creativa, para encontrar nuevas formas de conseguir alcanzar los objetivos y las metas de su vida. Comprobando, en no demasiadas sesiones (muchas menos que en otras técnicas como el Psicoanálisis), que recuperar la serenidad, el equilibrio y la alegría es posible.
Espero y deseo que lo hayáis encontrado interesante y que ayude a clarificar algunas ideas sobre la Terapia Gestalt y que puede suponer entrar en un proceso que ayude a nuestro crecimiento personal enfocado al bienestar y la plenitud en nuestra vida.
