En mi experiencia vital y también como acompañador de procesos personales en mi consulta de psicoterapia y en los trabajos grupales que facilito, encuentro que hay dos momentos que resultan ser decisivos para poder cambiar nuestras vidas hacia mejor.
Uno es cuando nos damos cuenta de que no estamos sintiéndonos bien con lo que hacemos, cuando sentimos el hartazgo de seguir repitiendo patrones insatisfactorios una y otra vez, cuando sentimos la desazón de no estar viviendo todo nuestro potencial, cuando sentimos ese malestar interior que nos dice que no estoy viviendo la vida que quería.
El otro es el momento en que reconozco que hay cosas que pueden resultarme más sencillas si pido ayuda, cuando reconozco que necesito algún tipo de ayuda para re-orientarme o para salir del atolladero donde quizá me siento. Cuando reconozco que no lo puedo yo todo solo/la, que ya lo he intentado de muchas maneras y sigo sin recoger la cosecha que quiero.
Estos dos momentos pueden ser sentidos en etapas de crisis, ya sea personal, de pareja, familiar, laboral o existencial. Y también dependiendo del grado de escucha interna y del tiempo que llevemos negando las señales anteriormente recibidas, estos momentos pueden presentarse de manera más contundente o más sutil, en función también de las circunstancias externas que estamos viviendo.
Lo que me parece más importante es saber escucharlo y tener la suficiente humildad para reconocerlos, para así reunir el coraje de empezar a atender el llamado de nuestro ser interno y tomar la determinación de buscar cómo y por donde quiero empezar a cambiar mi vida.
Muchas veces recibo en mi consulta a personas que llegan con una aflicción interna que aún no saben identificar. Y es a lo largo del proceso que se va dando cuenta de cual era su búsqueda y reconocen los beneficios de haber empezado el proceso, celebrando aquél día en que por fin, decidieron escuchar su llama
do. En la mayoría de los casos lamentando no haber empezando antes.
Otra veces la persona llega con un nivel de angustia o depresión que le impide su normal funcionamiento cotidiano. En esos casos la labor terapéutica implica mayor dedicación y más paciencia para reconstruir las estructuras intra-psíquicas dañadas por la negación, la falta de escucha interna u otros mecanismos que ayudaron a la perdida del equilibrio psico-emocional. Este malestar se suele manifestar también en lo corporal, siendo necesario revisar y re-orientar a la persona en varios niveles, ayudando a que recupere o inicie algún tipo de actividad física, aunque sea moderada, que ponga atención en sus hábitos alimenticios y atienda a lo que su «cuerpo emocional» está necesitando a la vez que comenzamos un proceso de higiene de patrones mentales de pensamiento, poniendo Luz y Conciencia donde no la hay. Y es verdad que eso implica un grado de valentía que quiero reconocer a todas las personas que de un modo u otro atienden al llamado de su alma.
Es por esto que la Terapia ha de ser un proceso en el que la persona se ofrezca el tiempo y la energía para revertir el proceso de «enfermedad» o de insatisfacción en el que estaba atrapada. Sea cual sea el momento vital en que la persona llega y la «gravedad» de los síntomas que evidencia… tan importante como lo que vayamos a ir descubriendo en el proceso terapéutico, habrán sido esos dos momentos que antes nombraba.
De manera que invito a no dejar pasar esos momentos de malestar, de apatía o de revuelta interna, que probablemente estén siendo los síntomas con los que nuestro cuerpo, nuestro corazón o nuestra alma está diciéndonos… «eh, escucha!! ya no me olvides más..!! atiéndeme, atiéndete!! pidamos ayuda, parece que la manera en que lo hemos intentado hasta ahora… necesita de algunos ajustes!! Ya es hora de cambiar esto o aquello, Animo!!» o mensajes similares, que si nos detenemos un poco en esas inquietudes seguro nos van a llegar. Y con ellos la solución a nuestros problemas, tras un tiempo, eso sí, de atención, examen y desarrollo de una mayor conciencia.
Deja una respuesta